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Cuento: Camelia está adentro

Camelia, por las primeras flores que su padre le dio a su mamá. Por el ramo que llevó en su boda y por el que recibió cuando la parió. Especies coloridas que adornan los jardines y los parques. Sin embargo, nada comparables con el tono ceniza de su piel. Ve por la ventana admirando los tonos de la naturaleza asoleándose en la última hora del día. Los pájaros cantan el llamado, el regreso al nido. Algunas hojas se agitan levemente con el asomo del viento. Afuera escapa toda la felicidad que significa su nombre en primavera. Adentro se escuchan las máquinas electrónicas, los clics y las voces de las personas que no pueden tocarse.


Alguien entra a su cuarto, es Beuty, su gata. Tan refinada ella, juguetea en las tardes con los gatos de la calle y regresa con ese naranja en su pelaje que lastima los ojos de Camelia. Contrasta su dicha con estas paredes. Al menos le trae un poco de la vida de afuera por lo que se agacha y le acaricia. El único afecto que ha recibido en el día.


Vuelve a su escritorio y revisa las noticias. Se reportan más casos de la pandemia, capturan 700 después del toque de queda, un diputado se pone ebrio el fin de semana, y más anuncios de esa clase. Las notificaciones no muestran ningún mensaje de él. La jefa pidiendo adelanto del proyecto, la vecina afligida por sus hijos, sus padres que le envían cadenas. Nada que le interese. Nadie a quien quiera leer.


Por la mañana llegó Henry. Pobre hombre, dejó sus zapatos. No, su papá responde. Vendrá a trabajar cada mañana, para ganarse algo. Estará en el jardín hasta antes del toque de queda y le pedí que usara esos para estar allí. Que en la calle ande con otros y en su casa otro par. ¿Cómo le hace si no tiene para comprar?, cuestiona Camelia. Yo se los regalé. Igual que le ofrecí el trabajo. Después de decirle eso su padre, Camelia nota que él tiene un ligero color amarillo en la piel. ¡Saliste! No, tranquila. No he salido. ¿Es necesario que me mienta?, piensa. Pero tal vez sea cierto. Su padre sabe bien cómo manejar las situaciones. Además, creo que lo que me ha contado tiene que ver con eso, se aclara a sí misma. Se acerca y se sienta enfrente de él. Él la mira como recordándole que no se acerque tanto. Aun así ella sonríe y se queda a metro y medio de distancia mientras él trabaja. Al rato, siente calor. Se ve las manos, están rosadas.


Más animada vuelve a su cuarto, ya es de noche y siente cómo la luna trae la melancolía. Entra por su ventana y la invita a la cama. Acostada vuelve a recordarse del celular. Revisa en sus redes sociales y lee. Siente que los colores brotan de nuevo desde su pecho, le afirman la sonrisa y obligan a su pecho a liberar un suspiro. Escribe: “yo también quiero verte”.

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